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Las palabras
hablan a medias; nos ocultan tantas cosas como nos dicen.
No nos cuentan dónde estuvieron escritas, ni en qué condiciones.
Afirman la voz (y así la vida) de la persona que las dice
o escribe, pero sólo en el instante de su origen. Después,
cobran vida propia y sus andanzas --volando, pasando de boca
en boca, o quedándose guardadas en la memoria hasta el momento
en que se las necesita-- pasan más allá de la voluntad (o
la vida) de su autor. |
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Aquí,
palabras arrancadas, forzadas, inventadas y firmadas con pulsos
fuera de sí aún retumban como ecos distantes. Fueron la débil
excusa para actos sin nombre. ¿Cómo agregar más palabras para
éste espacio, en éste momento? Las fijaré aquí, fusionadas
con el aire, para que den cuenta de cómo el clima envuelve
todo lo que entra, transformándolo silenciosamente (aunque
esta sala sea 'inocente'; todo pasó al lado). |
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Ahora
no se escucha ninguna palabra, ni susurrada ni gritada. Ahora
hablan objetos, objetos de artistas. Hablaré solamente acerca
de los que ya conocía de antes, de afuera, porque lo que se
palpa es la diferencia. |
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Algunos
elementos de la instalación Mercado, de Cristina Schiavi,
están aquí. Antes eran una arquitectura horizontal que sugería
el animado espacio público del mercado, hablando de la abigarrada
mezcla de gente, comida y chismes de barrio, de la alegría
de las costumbres y necesidades de todos los días. Sus colores
se mezclaban con los tonos y olores de naranjas, repollos
y sandias reales. Ahora son paneles verticales que tapan,
son un frente que esconde lo que hay atrás, una barrera impermeable,
sus colores un disfraz del material despojado de que están
hechos, parados en aire vaciado de olor. Hasta las flores
se convierten en una imitación de vida, subrayando su ausencia.
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Piezas
de Elba Bairon también estuvieron presentes en ese Mercado,
entre otros lugares, donde nos hacían pensar en los ritos
de su factura, la gracia y la generosidad de los objetos producidos
en serie, accesibles y ofrecidos a la venta sin demasiada
discriminación entre un rubro y otro. Aquí, escuchamos el
sonido de su ruptura, imaginamos la fuerza necesaria para
romper cada pieza, en vez de ver la voluntad de crearla, y
la distribución de las partes residuales (que antes eran fragmentos
que nos hacían imaginar su totalidad) parece dejarlas expuestas
a exámenes impiadosos o a una mayor disección. |
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La
pulseada entre la fuerza de los objetos y el poder del entorno
se siente, y eso me parece casi como el mensaje más alentador
posible. El olvido se resiste. Estas palabras escaparán
de su reclusión aquí, como tantas otras que, sean testimonios
o reflexiones, diálogo o discusión, persistirán.
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Tamara
Stuby
17 Septiembre 2010 |
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